Quiero agradecer profundamente a mi maestra Isabel Alonso su contribución a éste artículo y en especial al comocimiento que me ha transmitido, pues siempre ha sido para mi una fuente de inspiración y de entusiasmo para adentrarme en la profundidad de las colecciones del Museo del Prado.
El cuadro “Cristo
muerto sostenido por un ángel” luce hoy espléndido en las salas de pintura veneciana, gracias a una exposición temporal que lo ha desplazado junto a Tiziano sobre el magnífico azul profundo de sus muros.
Cuenta Alejandro Dumas ( Villers-Cotterts 1802-1870 Puys) en su novela sobre las biografías de Miguel
Ángel, Tiziano y Rafael, que Antonello
da Messina, a su llegada a Venecia en 1475, se envanecía atribuyéndose el
descubrimiento de un milagroso modo de pintar “pintura al óleo”, que
astutamente le arrebató Giovanni Bellini haciéndose pintar por él,
disfranzándose para ello de noble y rico caballero, y añadía el citado
biógrafo, que se envanecía Antonello sin motivo porque lo había aprendido en
Flandes, de Juan de Bruges. (El uso precoz de la pintura al óleo parece que lo
aprendió en Nápoles y, hoy día, se defiende que no estuvo en Flandes. Igual error se produce en Vasari).
Antonello nace en
Messina en 1430 y aprende a pintar en el taller de Colantonio en Nápoles. Aprende
a pintar precozmente al modo flamenco; primero, porque en la corte de Nápoles
hay pintores flamencos, y segundo, porque en el taller de Colantonio abundan
los encargos de copias a obras flamencas. De la mano de tales influencias
aprenderá a pintar maravillosamente los detalles de los retratos, de los
paisajes y el uso de los colores brillantes. Desde Nápoles hará viajes hacía el
Norte y conocerá en Roma a Piero de la Francesca y a Fray Angélico, y de su
mano añadirá a su saber los aspectos humanísticos del prerrenacimiento; la
perspectiva, la representación espacial del cuadro, la volumetría de las
figures, las veladuras, la luz y la luminosidad de los colores. Más tarde, en
Venecia, conocerá a los Bellini. En esta visita, la pintura veneciana sufre una
verdadera revolución al conocer la pintura al óleo, gracias a Antonello da
Messina, y este aprenderá de Giovanni Bellini (maestro de Tiziano y Giorgione),
la armonía, la belleza serena del renacimiento y a pintar con mayor lirismo.
Este comentario no añade nada a cualquier apunte de texto,
pero quiero partir de aquí porque quiero soñar que Antonello no llegó a Venecia
envaneciéndose de tener un modo secreto de pintar inventado por él, quiero
soñar que llegó a Venecia e hizo partícipes de su modo de pintar a los hermanos
Bellini y quizás a su cuñado Mategna y que compartirían conocimientos
reconociéndose y respetando su mutua grandeza. Desde esta teoría de la grandeza y,
añado, de la generosidad de Antonello, quiero comentar su obra el “Cristo
muerto sostenido por un ángel” y, con
carácter previo y muy sucintamente “La Annunziata” (Mus. Palermo), pintada
hacía 1470.
Conocemos muchas Anunciaciones anteriores a la que pintó
Antonello, exquisitas, serenas, bellísimas, sublimes, pero ninguna tan genial
como la que pintó el siciliano. Retrata a la Virgen María, en un primer plano,
en el momento en que se produce la anunciación. María expresa la turbación y la
sorpresa del momento y avanza hacia adelante y fuera del cuadro su mano derecha.
Es esa mano la que dialoga con el espectador. El espectador de ese cuadro se encuentra entre
la Virgen María y el Arcángel San Gabriel, que tendría que estar detrás de él.
Es ese modo generoso de hacer partícipe de la escena al espectador, lo que resulta fascinante y, por ello, hipnotiza su
contemplación.
El cuadro de Cristo muerto sostenido por un ángel fue
pintado por Antonello después de su viaje a Venecia, a su vuelta a Messina,
1476.
El cuadro, de una exquisita composición, presenta aspectos esenciales de la pintura
italiana; los colores luminosos y
transparentes, la perspectiva, la
carnación y volumetría de las figuras, y
también elementos propios de la pintura flamenca; cierta rigidez en las
vestiduras, el detallismo de los cabellos y del paisaje.
Conocemos muchos Cristos muertos, en los descendimientos, en
los enterramientos, en las piedades, incluso, muertos y sostenidos por ángeles;
impactantes unos, sobrecogedores otros y dramáticos casi siempre todos, pero,
desde mi punto de vista, este, al igual que el anterior cuadro comentado, es
absolutamente genial.
En este cuadro
aparece un Cristo muerto, de gran realismo y monumentalidad, el ángel,
delicado y pequeño, debe realizar un
esfuerzo extraordinariamente voluntarioso para incorporar y sostener el cuerpo
de Cristo sin vida. Todo el drama lo expresa el ángel que, con infinita
dulzura, le mantiene incorporado y abrazado, pero, es más, y esto es lo
grandioso, el ángel llorando
desoladamente mira y hace partícipe del drama al espectador. Cuando el espectador
mira el cuadro ve, en primer lugar, el cuerpo de Cristo, que ocupa casi todo el
cuadro, macilento, con las heridas del suplicio y con la expresión de abandono y ausencia que
da muerte, y después busca al ángel que le mira llorando desconsoladamente y
que de forma impactante le comunica su
infinita pena. Pocos cuadros establecen un diálogo más hipnótico y abrumador con
el espectador, y esto apoya mi teoría de la grandeza y la generosidad de
Antonello da Messina.
Es comúnmente aceptado que este cuadro es una de las obras
maestras de Antonello da Messina y
tenemos la gran fortuna de contar con él en el Museo del Prado.